Resumen
En los últimos años ha crecido la conciencia acerca de la responsabilidad de las instituciones de educación superior en cuanto a generar conocimientos y recursos para atender necesidades sociales de las comunidades. Esta responsabilidad se acrecienta en las universidades públicas en las que los estudiantes que están en condiciones de ingresar y permanecer son una minoría y los estudios de esa minoría son financiados por el Estado, es decir, por los impuestos de todos, incluso de los más desposeídos. Así es que varias universidades nacionales avanzan en la institucionalización de prácticas educativas solidarias con tal fin.
Aunque entre los fines y metas de la UNA enunciados en su estatuto fundacional se encuentra formar y capacitar a los estudiantes con “sensibilidad social, atendiendo (…) a los requerimientos nacionales y regionales” (UNA, 2016: 2), hay mucho por hacer aún para su realización efectiva. El concepto de extensión explicitado en ese estatuto presupone una institución educativa que “se extiende”, que “construye puentes” hacia la comunidad como si la comunidad fuera un “otro” y la universidad una “torre de marfil”. Desde esta perspectiva, las actividades de extensión se orientan a “comunicar y vincular la producción de la UNA con la comunidad toda” (UNA, 2016: 4), es decir, la comunidad se concibe como público destinatario, beneficiario pasivo del conocimiento y las producciones artísticas generadas por la universidad, en una relación vertical y unidireccional. Desde sus inicios, en el seno de la UNA, se han desarrollado experiencias de producción artística colectiva en comunidad que han puesto en cuestión los presupuestos ideológicos y las consecuencias políticas de esa noción de extensión y han permitido avanzar en su reformulación. Sin embargo, los planes de estudio no suelen admitir estas prácticas como experiencias de aprendizajes curriculares. Los tiempos previstos para el trabajo de los docentes y las actividades de los estudiantes no contemplan en general los esfuerzos extra que implica trasladarse más allá de los edificios donde ocurre la mayor parte de la vida institucional. A pesar y contra estas dificultades, se realizan esfuerzos sostenidos para construir y consolidar estos espacios. Por eso encaramos este proyecto de investigación con la convicción de la potencialidad transformadora, hacia adentro y hacia afuera de la universidad, que tiene la institucionalización de prácticas educativas solidarias.